Deseando gastar los zapatos

 

Ilustración Pascal Champion
Estoy al otro lado, en ese
pequeño porcentaje de territorio que se salva de la ola de calor. No te enfades
porque me arrope de noche, no tengo la culpa de salir a pasear con rebeca
cuando cae el sol. Y cuando estamos de suerte y el sol aprieta me baño en el
atlántico de bandera azul y aguas cristalinas. Hermoso. Y helado.

 

Ilustración de David González
Sigo acomodando mi casa, todavía hay
cajas en los pasillos. Empiezo a pensar en bajarlas al garaje y no abrirlas.
Será que no necesito lo que hay dentro. Ahora, por lo menos, no. He acomodado
mis libros y he colgado cuadros y fotografías. Ya tengo flores, hortensias y
jazmines y un pequeño naranjo que veo desde la ventana de la cocina, mientras
escribo. Hoy pensaba que empieza a parecer mi casa pero todavía sabe a nueva,
como cuando estrenas unos zapatos. Se vuelven cómodos a medida que los usas.
Tengo que gastarla, vivirla. Las hadas están en ello y ya la llenan de
amiguitos. Hoy he tenido un puesto de venta de conchas y piedras de mar en la
puerta de casa y después he asistido al funeral de un cangrejo. Tengo mis dudas
de que no haya sido enterrado vivo y se hiciera el muerto ante el escrutinio de
tanta mano infantil. Mis hijas parecen felices. Me asombra la capacidad de
adaptación de los niños y me apena la rigidez que vamos adquiriendo con los
años. Y Wilson, bueno, Wilson parecía muy feliz hasta esta mañana que han
llegado de vacaciones los vecinos de al lado y que traen consigo a un felino
gigante que se encarama a la verja y lo mira con ojos plata color miedo te voy
a dar. En fin, de esta otra historia os iré contando.

 

 

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