En el Sur del Norte

Lidia Puspita ilustración
Tengo espíritu optimista. Lo trabajo mucho. En ocasiones puntuales, en los días largos, mi temperamento alegre puede refrescarse como la tarde de verano en el norte.  Pero pasa pronto, la lluvia sí cesa.
Pienso mucho en la felicidad. Los años me conducen inexorablemente a querer permanecer con ella todo lo posible, así que le araño todo el tiempo que me deja. A veces tengo miedo, mucho miedo, cuando la siento de cerca en las cosas más pequeñitas y entonces hago fotografías con el corazón. Mi retina hace tic – tac con la risa contagiosa de mi pequeña, con un baile improvisado en la cocina y unas lentejas que se me queman porque ando peinando a mi hada más presumida. Me río sola en la pescadería, con mi número de espera 114 y van por el 76, no es que no tenga idea de gallego es que no conozco los pescados. Vamos, que los peces aquí no se llaman igual y me van presentando a los bicudos y las choupas, la barbarina y la curbina o el abadejo. Ainns, yo que no salgo del salmón, la merluza o el bacalao, de esta que aprendo.
Mediados de agosto y hace frío esta mañana. Mira qué bien. Llueve, «pero luego a las 12 abre, cariño», me dice mi marido mientras yo contemplo con cara de póker las gotas como en un collage de la ventana que limpié ayer. Me río. Tic – tac. Ya no tenemos piel atópica, se acabaron las cremas pastosas de un plumazo, tampoco alergias, mira qué bien y mi pelo liso se  revuelve con la humedad, pero mira por dónde no voy a tener que preocuparme de tener que limpiar ventanas que aquí los vidrios salpicados se llevan un montón.
En fin, que el Sur  no es un lugar, es una actitud, estoy convencida. Yo vivo en el Sur del Norte.

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