Del desamor a un relato en un rato

Me encontró por una red social. Un antiguo compañero de trabajo: «que si cuánto tiempo, que si cómo va la vida. y que no, de aquella historia ya hace mucho tiempo, lo dejamos, casi me muero entonces – me dice- ahora estoy bien». Y de ese breve contacto a mi me salió este pequeño relato. Sí, ya lo sé, también aparece un gato.
Si hubiera sospechado lo que se oye después de muerto, no me suicido. La culpa la tiene Rodolfo, ese holgazán de cuatro patas. Se pasa el día dormido, subido al radiador de la cocina y sin inmutarse con mi presencia. Menos hoy. Como platos me miraban sus ojos verdes mientras me subía a la mesa del salón y me pasaba la soga por el cuello. He pensado que tres vueltas serían suficientes. Pero la lampara de herencia de mi tía Patro, con tres pisos de lluvia de cristales, no ha aguantado mi peso y se ha desplomado sobre el felino. Era la primera vez que le oía maullar, qué digo, aullar como un lobo. El salón se ha inundado de lágrimas de vidrio y yo me he llevado un golpe tremendo en la cabeza, me siento asfixiado y debo haberme cortado la cara, pero no me he muerto. Todavía, o eso creo, porque no puedo levantarme del suelo y Rodolfo sigue histérico, resbalando en su sangre o en la mía. Me va a manchar los sofás blancos que compré en el Corte Inglés.
No sé cuánto tiempo ha debido pasar desde mi aparatosa caída. Un par de horas siento que dicen. No me lo puedo creer. Es mi vecina, la señora Charo, con su marido y dos policías. Han tirado la puerta abajo.

Mi plan era no armar mucho ruido porque las paredes de casa son de pladur y se oye todo. Yo vivo en el tercero A, somos pocos vecinos y no nos conocemos mucho. Ya sabes, más allá de los buenos días, qué mal tiempo que hace hoy y dejé pasar al cartero. Pero la señora Charo, del segundo A, ella sí, ella nos conoce a todos. Es una cotilla.

_ Si ya se lo decía yo a mi marido, mire usted, que este hombre iba a acabar mal – dice con seguridad calculadora. Yo quiero preguntarle que qué sabrá ella de mi vida pero soy incapaz de despegar el labio superior del inferior y ahora que lo intento, tampoco puedo pestañear.
_ Calla Charo – grita el marido – deja que estos señores hagan su trabajo. Pero ella prosigue y les cuenta que me llamo Eusebio, que tan solo hace medio año que me mudé al inmueble, que primero llegué con una chica rubia, guapa y encantadora pero que de la noche a la mañana ella se largó.
_ Creo que trabaja en un banco – sigue – porque siempre iba vestido con traje y corbata y llegaba a casa sobre las tres y media; ya me dirán ustedes si con esos horarios se puede trabajar en otro sitio que no sea un banco.
Rodolfo me está lamiendo la mano. Siento su lengua viscosa sobre mi piel y le digo a mi cerebro que le diga a mis dedos que se muevan, pero siguen rígidos. Puedo escuchar como uno de los policías llama a una ambulancia. No tardará en llegar. Parece que sí, que sigo aquí. Tengo pulso y respiro. Eso es lo que ha dicho uno de los agentes, el de la voz más grave.
La Sra. Charo se toma la libertad de sentarse en mi sillón orejero.
_ Vamos mujer – dice el marido- aquí ya no tenemos qué hacer nosotros. Pero parece que mi vecina quiere quedarse en mi casa.
_ Ay madre, ay madre – se lamenta-  si te lo dije yo que este chico estaba adelgazando mucho y que ya no llegaba a las tres y media. No, qué va, llegaba un día a las once y otro, otro pues a lo mejor no salía de casa. Lo que sí llevaba siempre era su traje y corbata, impecable y lustroso si que iba el chico.
Nadie me toca. Mis párpados permanecen cerrados pero presiento las suelas de los zapatos que me rodean en círculo. Me tenía que haber tomado el vaso de pastillas, o haberme ahogado en la bañera. Toda mi vida con absoluta discreción y ahora todos se van a enterar de que he querido irme al otro barrio. Pensé que sería fácil y que me encontraría el bueno de mi hermano Miguel, que aunque se daría un sofocón bien sabe él que de unos meses a esta fecha mi vida es un sinsentido. Si hasta la cotilla sabe que Laura me dejó y que estoy sin trabajo. Y tan necio soy que no sé ni matarme.
Han llegado los sanitarios. Cuando logren reanimarme voy a tener que buscar otro piso de alquiler. Matarme parece más difícil que seguir viviendo y no quiero tropezarme con  Charo en el rellano. Ella tiene la palabra en este entierro que no ha sido:
_ Por cierto, ¿qué hacemos con el gato?

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