Rocco, Wilson, Magosto por Samaín y un erizo en mi jardín

Janet Hill ilustración

 

 

 

Hoy he conocido a Rocco. Está aprendiendo a comportarse justo frente a mi cerca, practica no destrozarme la valla ni hacer que a su dueña se le fracture alguna vertebra cuando ve a Wilson. Rocco es un boxer macho, gigante, su dueña una señora menuda que ronda los setenta y a la que le sale un hilo de voz cuando me da los buenos días. El que enseña a Rocco es un adiestrador joven y corpulento que emula al encantador de perros. Todos, también Wilson, me han sacado del teclado esta mañana. Wilson me está haciendo popular. Los saludo amablemente y agradezco su conversación; ya sabes, la soledad del escritor. Se nos une la cartera. Llega en su bicicleta, vivaracha como su pelo rojo. «Hoy te traigo un paquete, Silvia». Qué alegría recibir correo. Me cuenta Natalia, así se llama, que soy archiconocida en la oficina de correos, yo y la señora que vive calle arriba, «que vivió en Suiza muchos años y recibe casi tantas cartas como tú». Me encanta cuando llega Natalia, no solo por las cartas que me trae sino por las historias que me cuenta y por cómo quiere que me integre en mi nuevo pueblo. Que no me puedo perder los talleres y magosto por el Samaín y yo le digo que me traduzca y me cuenta que es la noche de Meigas, que se llenan las calles de calabazas encendidas, que se apagan las luces y la música hace el resto, que lo pasamos de miedo.
Rocco, su anciana dueña y el encantador siguen con nosotros. Que abra, me dice Natalia, «apuesto a que es un libro». Y lo es. A estas horas ya poco me queda para terminar «La nueva educación», de César Bona. Me lo manda alguien que aprecio y con quien comparto inquietudes en la aventura de educar, tan discreta es que no desvelaré su nombre, pero como sé que me lee le mando un abrazo y un gracias enorme.
Mañana me visitan personas importantes, no han llegado y ya me duele que tengan que marcharse. Esta mochila viajera mía, hay días que va ligera, hay días que pesa un muerto. Uhm, y se ha autoinvitado Joaquín, el huracán. No será tan fiero como lo pintan. O eso espero.
Que sepáis que entre esta línea y la de arriba hay un antes y un después. Antes del grito de las niñas y la locura de Wilson porque un erizo enorme anda paseando por el porche. La de bichos que estoy conociendo.
Besos desde el Atlántico.

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