Por los sueños, por ejemplo, no se paga ni un céntimo

ilustrador Kei Acedera
¿Vemos o miramos?. Vemos. Al menos la mayoría de las veces. Hoy el mar está plata. Llevo meses observándolo con calma y lo he visto en toda su gama de azules, en su escala de grises y como no en todos sus verdes. Suelo observarlo en mis paseos con Wilson; hoy he leído que todos deberíamos dedicar al menos diez minutos a «meditar» para ser algo así como más tolerantes con nosotros mismos. Voy camino de convertir mis paseos con Wil en mi momento Zen; a veces  se adelanta mientras yo contemplo lo diferente que amanece el paisaje cada día y si me demoro él se gira y se sienta sobre sus cuatro patas a esperarme, me clava los ojos como si fuera mi particular Dalai Lama.
En fin. El Sr. A ha sido trasladado de centro. Ahora mientras las hadas bailan y yo buceo en la biblioteca, desconozco como se llama mi nueva dadora de libros. Cuestión de tiempo.
Esta semana terminé «Los recuerdos», de David Foenkinos. Seguro que lo recuerdas por su más que leída «La delicadeza». Es fácil leer las historias de Foenkinos. Esta novela es algo así como una huida interior en busca de la felicidad, cómo el pasado conforma nuestro presente e ilumina nuestro futuro. Me guardo su historia con una sonrisa. Ahora me esperan «Diez mujeres», novela de mi admirada Marcela Serrano que se me había escapado. La cita de Wislawa Szymborska con la que abre su libro ya hace que me frote las manos:

«La vida en la tierra sale bastante barata.
Por los sueños, por ejemplo, no se paga ni un céntimo.
Por las ilusiones, sólo cuando se pierden.
Por poseer un cuerpo, se paga con el cuerpo.»

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