Ledicia

Con frecuencia pienso en la similitud entre el arte de la fotografía y la literatura. Al fin y al cabo, un buen fotógrafo no es más que otro gran cuentista. Alguien capaz de capturar un instante de una realidad veloz: enfocar, recortar, limitar y disparar, para que tú veas otra historia mucho más amplia que la que abarca la lente de su cámara. Es pura magia.

No soy muy dada a dejarme fotografiar, sabedora de que un buen retratista, además, puede dejarte el alma al aire. Días antes de que se publique “La aldea” (Editorial Siete Islas, abril 2018), me he puesto delante de Dani López, un mago de ojos claros que me ha visto así, con honestidad. Llegué a su cámara por una palabra, sustantiva y femenina, del gallego, desconocida para mí: Ledicia.

Palabra que quiere perderse en la lengua y se refiere a un sentimiento, un buen estado de ánimo, satisfacción, regocijo, complacencia y la tendencia a la risa o la sonrisa. Ledicia es sinónimo de alegría.

Escritura y fotografía son dos extrañas formas de amor, dos maneras diferentes de desnudarse. De lo más íntimo, de la soledad más absoluta, del silencio a la magia del estruendo. Una explosión. No veo el momento de compartir con vosotros “La aldea” y a todos los personajes que por ella transitan. Esta novela es un viaje, una lección, porque a todos alguna vez se nos mueve la tierra bajo los pies. Un terremoto puede durar apenas unos segundos. Es devastador. Luego todo vuelve a empezar. Solo hay que reconstruir, encontrar los cimientos para pegar de nuevo lo que se ha roto. El alma me la dejé en el teclado, pero escribirla fue de una enorme Ledicia.

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