Maldita manía de contarte

Flores secas, puntos de libro, tickets de metro, notas al margen, fotos antiguas, la lista de la compra, una fecha, una ecografía, una línea subrayada, cartas de amor, de desamor, dibujos en la servilleta del café aquel… pequeñas historias dentro de otras historias.  Y las dejo allí, dentro del libro que quiso apoderarse del momento en el que fue leído: el viaje en tren, la ciudad que visité, la consulta del médico, el banco en el que te esperaba. Lugares a los que vuelvo porque hay libros a los que regreso una y otra vez. Se van apilando por todos los rincones de mi casa: encima de la mesa del salón, en la escalera, sobre la mesita de noche. A algunos lo echo en falta: los que tomé en préstamo en la biblioteca, los que dejé a quién no supo devolverlos, los que leí  a deshora en casa de algún familiar.Todos me cuentan lo que soy. Debería celebrarlo con vítores: soy escritora. Me ha costado mucho reconocerme, reivindicarme, ¡salir de mi armario! Exploro, sufro, cuento. Leo, releo, escribo y vuelvo a escribir. Esa maldita manía de contar, no ha hecho más que empezar. Reverte, dice: «Fui un escritor tardío porque hasta los 35 años estuve ocupado viviendo y leyendo; pateando el mundo, los libros y la vida. Ahora, con lo que eché en la mochila durante aquellos años, narro mis propias historias. Reescribo los libros que amé a la luz de la vida que viví. Nadie me ha contado lo que cuento».

Comparto con Luisa Castro: «La escritura para mí es una rendición. No soy una escritora con método; se me caen muchas cosas de las manos. Solo progresa la escritura que previamente se ha ido gestando dentro de mí, a veces contra mí. Escribo para conocer esos relatos, para descubrirlos. Me los cuento a mí misma. Me asombro, me indigno, me río, lloro y pataleo. No me siento dueña de mis relatos, tienen vida propia, son autónomos y más poderosos que yo. No me identifico con ellos, no comparto sus ideas, ni su visión del mundo. Se producen en mi cabeza sin mi permiso, y cuando los suelto es porque me han vencido. No hay otra razón». Y, ciertamente, no la hay.

Yo escribo porque me he perdido y en la soledad, ahora buscada, he sabido encontrarme respirando palabras. Escribo, muy egoístamente, para contarme, para decirme lo que no sé explicarme. Escribo porque me hace feliz, aunque siga siendo tan difícil hacer lo que uno ama.

 

 

 

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