HÁ QUE AMAR MAIS

Todo este tiempo sin sentarme a escribir en mi jardín de tulipanes. Sabrás que estoy leyendo, haciendo mías todas las historias que me liberan, me cobijan. Sabrás también que estoy viviendo, amarrada a lo cotidiano, mientras escribo y transcribo lo que me cuentan de nuevo los personajes que me habitan.

Se acaba el año y tú que me conoces sabes que en estas fechas ando a la deriva emocional, que me dejo el alma a la intemperie. Desde nuestra última conversación, he leído algunos buenos libros. Historias lanzadera, como si viajara en un tren con paradas y enlaces, donde subes, bajas, cambias de vagón para llegar a destino. Hay libros que me llevan a otros. El club de los Mentirosos, de Mary Karr, una historia que «te para el corazón en menos de cinco páginas», me derivó a El yo dividido, de R.D. Laing. Me dejó un rato mirando por la ventana, viendo el paisaje correr hacia atrás, después de leer el descubrimiento de que estamos irremediablemente solos respecto a algunas cosas, y saber que dentro de nuestro propio terreno sólo pueden verse las huellas que dejan nuestros pies.

Después de esto, tuve que preguntarle a Raymond Carver De qué hablamos cuando hablamos de amor y me condujo a la lectura de Todos nuestros ayeres, de Natalia Ginzburg. Me he dejado acariciar por una novela que habla de la guerra, pero sin guerra.  Lo importante sucede en Todos nuestros ayeres como sucede la vida: de golpe.  

Ando por las noches leyendo El principito, en voz alta, a mi pequeña que ya no es tan pequeña. Algunos libros deberían se recetados, puede que obligatorios, como las vacunas. Otros leerse así, como epopeyas, «de muchachos y muchachas que aprenden mientras crecen». Son tiempos difíciles. No puedo dar a mis hijas las respuestas a todas sus preguntas, algunas prefiero que las encuentren por sí mismas. Desayunaban hoy viendo los titulares matinales. Están cortadas las calles principales de su ciudad natal. Llegan a las costas pateras a la deriva. Las mujeres son menos libres. Se me punza el corazón. Resisto entre letras, no quiero lazos ni banderas, grito ¡Educación! justo en el mismo momento que llaman a mi puerta con una preciosa poinsettia roja. Me la envía mi buena amiga Teresa. Desconozco si ella sabe que ha llegado con un bonito mensaje grapado en su tarjeta: HÁ QUE AMAR MAIS.

Pic by Nathan Cole

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